Cinco años sin mi madre, y todavía me duele como el primer día
A veces me pregunto cómo sería mi vida si mi madre no hubiera muerto
El duelo no es una línea recta. No hay una meta, ni un día en el que simplemente te despiertas y ya está: ya lo has superado. Ojalá… pero por desgracia no funciona así.
A veces crees que estás mejor, que has aprendido a vivir con el dolor, y de pronto llega un bache. Un día más sensible, más frágil. Y eso también forma parte del proceso.
Hoy es uno de esos días.
Y necesitaba escribir esto.
Para expresarme. Para desahogarme. Para no guardármelo todo dentro.
Cuando tenía 18 años, a mi madre le diagnosticaron un tipo de cáncer muy extraño, sin tratamiento. Y cuando tenía 20, falleció. Tenía solo veinte años.
Mi madre era mi ancla. Mi mejor amiga, mi confidente, mi guía. Éramos muy unidas, de esas relaciones que son difíciles de describir con palabras, porque todo se queda corto. Y cuando ella se fue, todo cambió.
Mi forma de verme. Mi forma de vivir. Mi forma de querer y de dejarme querer. Mi manera de relacionarme con los hombres, con el mundo, con mi día a día. Incluso mi cuerpo cambió.
Ahora tengo 25 años, y muchas veces me sorprendo imaginando cómo sería mi vida si mi madre siguiera viva. Sé que no es sano idealizar, pero cuando pienso en ella, inevitablemente me invento una vida perfecta. Una vida donde todo va bien porque ella está a mi lado. Porque simplemente, está. Como si en un mundo alterno existiera una Alba con una vida ideal y todo gracias a que mi madre sigue ahí.
A veces me siento culpable por haber seguido adelante. Por haber cambiado tanto. Por haber crecido sin ella. Me aterra ver que ya no soy esa niña que dejó atrás, y que, pase lo que pase, ella ya no va a estar para ver lo que me espera. No verá mi graduación. No verá si algún día me caso o tengo hijos. No va a reírse conmigo de las tonterías de la vida adulta. Incluso aunque suene tonto, no me preparará tuppers con su comida cuando viviera sola.
Y eso me duele. Mucho.
Sobre todo porque siento que, como mujer, una madre es un pilar inmenso. Y yo no tengo ahora mismo ninguna figura femenina adulta en mi vida. Y hay días en los que eso me hace sentir muy sola.
También me da envidia.
Sé que no está bien decirlo, pero la siento.
Me da envidia ver a mis amigas con sus madres.
Me da envidia cuando veo un vídeo en TikTok de alguna chica diciendo "cuando mi madre me dice que lleve chaqueta" o "cuando me ayuda a elegir vestido para una cita".
Esas pequeñas cosas que para algunas parecen insignificantes, para mí son como un recordatorio constante de lo que ya no tengo. De algo que nunca tendré.
Y duele.
No escribo esto buscando consuelo, ni respuestas. Solo necesitaba decirlo.
Desahogarme.
Ponerle palabras al vacío.
Recordarla.
Y recordarme a mí misma que está bien seguir adelante, aunque duela.
Porque ella, cuando veía que el miedo se apoderaba de mí y solo quería estar acurrucada a su lado, me decía siempre: ¡Vive!
Y aunque durante mucho tiempo repetí que sin ella me iba a morir,
lo cierto es que sigo aquí. Viviendo como ella quería.
Avanzando.
Dando lo mejor de mí.
Y aunque duela, aunque me ponga triste,
voy a seguir adelante.
Por ella.
Y por mí.
A quienes también han perdido a alguien que era su todo: os abrazo desde aquí. No tengo soluciones, pero sé que no estamos solos. Hablarlo, escribirlo, llorarlo… todo eso también es seguir viviendo. A veces avanzar, las pequeñas cosas del día a día, salir a dar un paseo… no se ven como un logro, pero lo son.
Y si estás leyendo esto y sigues aquí, también tú estás viviendo como ellos hubieran querido.
Yo siempre siento a mi abuela a mi lado. Siento que nunca se ha ido. Aunque no esté físicamente siempre la recuerdo y creo que eso es lo que hace que para mí siga viva dentro de mi corazón, siempre que pienso en ella.